Comentario
En primer lugar cabe destacar la importancia que debieron revestir los arquitectos, puesto que debían estar al mando de un gran taller formado por canteros, picapedreros y carpinteros. Es probable que trabajaran conjuntamente, o al menos de forma muy estrecha, con los escultores. A pesar de que se tienen noticias de la intensa actividad edilicia -tanto religiosa como civil- del período que nos ocupa, la reconstrucción de esta profesión y de la propia arquitectura se debe realizar a través de un minucioso rastreo de múltiples y variados tipos de información, siendo las fuentes textuales las más lacónicas.
En anteriores apartados nos hemos referido a cómo debió organizarse la vida en las ciudades y en el medio rural, y de qué forma se manifiestan las diversas construcciones arquitectónicas. Aquí nos limitaremos a apuntar una serie de sugerencias que se desprenden del estudio de la arquitectura religiosa, que ha permitido detectar por el momento dos tradiciones. En primer lugar encontraríamos la de tradición paleocristiana, que fruto de la continuidad perdurará hasta el siglo VII, y que dará lugar a la construcción de una serie de edificios característicos de las zonas más romanizadas. En segundo lugar, la otra gran tradición es la de la arquitectura hispano-visigoda, que a partir del siglo VII aportará una serie de innovaciones. Estas se refieren esencialmente a la configuración de unas planimetrías diversas, además de una ornamentación escultórica claramente diferenciada de lo que es la tradición paleocristiana. Entre los edificios más emblemáticos construidos en el siglo VII destacan varias iglesias, a cuya problemática ya hemos ido aludiendo. Se trata de San Juan de Baños (Palencia), Quintanilla de las Viñas (Burgos) y San Pedro de la Nave (Zamora), todas ellas situadas en lo que se ha dado en denominar el área de influencia de los talleres de Toledo. Si bien todos estos edificios responden a una serie de características relativamente homogéneas, también lo es que cada uno de ellos presenta una serie de particularidades que lo hacen distinto y específico. De ello podemos deducir que no existía un único taller de construcción dedicado a la arquitectura religiosa, sino que debió ser la labor de una serie de profesionales con una cierta formación y habilidad que, partiendo de una planificación constructiva, resolvieron los problemas de forma conjunta.